El Quijote tuvo mucho éxito. Pero en el siglo XVII se leyó simplemente como un libro humorístico que se burlaba de los libros de caballerías. En el siglo XVIII se le consideró como una obra clásica y como modelo de lenguaje. Los españoles empezaron a sentirse muy orgullosos de la novela que muchos extranjeros intentaron imitar que la crítica de éstos sitúa el Quijote entre las grandes creaciones del ingenio humano. En el siglo XIX, con el Romanticismo, la fama del libro aumentó y el caballero Don Quijote es convertido en símbolo del hombre que lucha por su verdad contra el mundo.
El hidalgo encarna el impulso ideal que, en el corazón del hombre, convive con el tosco sentido común representado en la novela por Sancho Panza. A don Quijote lo mueven la fe en la justicia, el ansia de libertad, el valor y el amor. Sancho, rústico y glotón, no entiende tales ideales; pero, poco a poco, la fidelidad a su señor le hace participar de aquella bondad de espíritu y anhelo de bien. Así, se ha podido hablar de la progresiva quijotización de Sancho.
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